- Suspiro - Hogar dulce hogar, eso es lo que pensaría un alma sin sentido al regresar al lugar en el que podía estar seguro y tranquilo, en completa intimidad y sin vigilancia... algo común a al ser humano y que inconscientemente creamos y aceptamos. Algo común, si, más en esta ocasión un nómada no puede llamar hogar a nada más que a su propio cuerpo, aquél que controla y mueve por voluntad propia, con seguridad, tranquilidad, intimidad y sin ser vigilado aunque las miradas más penetrantes estuviesen clavadas en él. Pasando de esta parafernalia creada por el propio creador de este dictado, dispongámonos a hablar sombre mi persona.

Esa choza maltrecha en la que me encontraba desde no hacía mucho tiempo era mi habitación del descanso. Cuatro paredes de vieja madera mohosa interrumpidas solamente por una puerta desgastada y una pequeña ventana que dejaba ver el poco contenido del interior. Una cama simple y antigua y un escritorio tan usado como una caja de pañuelos en la habitación de un adolescente. Todo esto cubierto por un techo de no demasiada buena calidad, viendo que había tres goteras, una en el centro y dos en las esquinas, que aumentaban más aún el moho existente. En estos momentos me encontraba sentado en aquélla cama, colocando mi nueva adquisición a mis papeles, que curiosamente eran otro tipo de papeles, colocados de tal manera que no parecía haber nada en los originales.

Mientras realizaba esta acción, pensaba en lo sucedido hace unos días, alrededor de una semana, en un poblado de otras tierras en las que solía hacer acto de presencia no con poca frecuencia. Uno de aquéllos chavales, ilusionados de la vida, intentó atacarme por sorpresa después de tomarse unas sustancias a las que podríamos usar el eufemismo de golosinas nasales. Como buena persona y sin intentar hacerle daño, simplemente le cubrí con mi gabardina para que pelease con ella, saliendo este corriendo entre unas malezas y jodiéndome mis atuendos, por lo que tuve que hacer uso de mis dotes obtenidas durante años, para devolverlo a la aldea mas descompuesto que compuesto, pero con vida. Por esos problemas de destino, y de esas madres irresponsables, tuve que buscar telas para arreglar ese a lo que solía llamar gabardina. No era un experto, pero la calidad si me era importante, por lo que tardé cierto tiempo en encontrar esa tela que me sirviera.

Recordaba con humor y una mueca que parecería de alguien cabreado mas que de alguien a medio camino de una sonrisa, observando la prenda en el extremo de la cama, ya arreglada y perfecta como antes, mientras hacía el movimiento sistemático con los papeles.